Han pasado casi meses desde que encontré aquel rostro amigable. Fue de imprevisto y tan abrupto, como las ganas inconscientes
de volver a verlo. Las palabras no bastan ahora que se han cruzado las
miradas. Tampoco las respuestas y muchos menos los acertijos. Sinceramente, el
hombre trata de empeñar su tiempo, su fuerza y su substancia, sí, precisamente
su substancia, para encontrar lo que tiene al lado, lo que tiene en sí mismo.
Es como ese libro que no ve, pero que ha estado en la familia desde hace años,
escondido bajo el estante, perdido entre los muebles, susurrando cuando el
televisor está encendido y dice que ama y pide que no finjas que amas. Está ahí
y simulas no escucharlo. Exactamente: simulacros. Vivimos encontrando
simulacros, creando y recreando simulacros, asimilando simulacros, aceptando
simulacros, pero, aunque apague el televisor, lea el libro, intente descubrir
que puedo amar, estamos condicionados. ¿Será porque solo somos libres en el
caos? ¿Tal vez no he leído lo suficiente para responderme tantas preguntas?, es
probable, o quizá, en estos momentos solo sirve mirar, leer, escuchar, ver,
encontrar a aquellos que se han hecho las mismas preguntas, aquellos que han
tenido los similares demonios y lograron canalizarlo en algo tan sencillo como
universal. Vallejo lo logró con el siguiente verso:" Esos golpes
sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se
nos quema". Sencillo y universal: el dolor, la frustración desde un pan,
ese pan que los pobres tanto aprecian y que otros no saben comer. Lo logró una
línea de Pollock, una frase de aquella milonga de Gardel…
El encuentro de los rostros no tienen más que descubrir que con ellos
basta, deben aceptar que están condicionados, en esta: una modernidad líquida,
y, por sobre todo, recurrir inevitablemente a los artistas. Lamentablemente,
uno de los rostros es cristiano y el segundo, comunista. Ambos creen en la
plenitud, ambos consideran que pueden lograr el paraíso en la tierra y, además,
son capaces de negar a otros dioses. Nietzsche diría: "Dios ha
muerto", ¿en qué momento lo niega? ¿Acaso aceptar que existe un solo dios
y una sola ideología no es lo mismo?, es decir, se reemplaza a un dios por
otro, y por último ¿por qué necesitamos de un dios? ¿No es cierto que la
divinidad no es propia de uno solo sino se negaría así misma? Entonces ¿por qué
creer en los dioses? Debemos aceptar que han muerto o matarlos. No debemos
negarlos, sería un error. Me causa mucha gracia aquellos ateos que se empeñan
en negar, acérrimamente, la no existencia de dios, es decir, no me peleo con el
hombre bicentenario porque sé que no existe. Negar, significa, que
inconscientemente se cree en él. Los rostros deben empezar aceptar que la
ideología y la religión han servido para ocultar lo mágico, para espantar las
emociones, para ocultar lo que verdaderamente es el hombre. Esas profundas
formas de amar, sentir, estremecer, querer, vivir, existir. Los rostros deben
volver aprender a amar en este mundo moderno, donde hasta amar, es propiedad de
los frívolos; deben recuperar su sensualidad, para ser mortales en lo
cotidiano, ser mortales; pero lo más importante: deben vivir como piensan y
sienten, recuperar su libertad. Se debe negar también a ese otro dios llamado
racionalidad. La vida debe ser una combinación de mito y realidad, aceptar la muerte de la religión, de la ideología, de la razón y crear otro tipo de
lenguaje, otros símbolos, deconstuir el mundo. Volver al mundo poesía, combinar la ciencia y las humanidades en poesía. ¿Te imaginas conocer,
sentir, afirmar y vivir en poesía? Puedes concebir un mundo ¿donde todo sea
mito y realidad, donde todo sea poesía? Se me hace casi imposible imaginarlo, tal
vez, es cierto, tengo algunos atisbos, algunos presentimientos, no tengo fe
(tener fe significaría obtener un verdad revelada, los hombres no tenemos
verdades reveladas ni por dios, ni por la ciencia, ni por Marx, mucho menos por
Keynes). Los hombres tenemos poesía.
Espero, que algún día, el segundo rostro
deje de ser cartesiano y se vuelve un solo plano como el primer rostro. El
primer rostro, tan solo por haber nacido, es la materialización de lo que el
segundo no es. El primer rostro es película, solo necesita ser él. Es cierto,
el segundo rostro, de alguna forma, en silencio, ama al primero; pero
antes, ambos deben aprender a evitar venderse simulacros y se encuentren sin
decir una sola palabra, porque, cuando dos personas se encuentran y no
necesitan las palabras para estar álgida y eternamente felices mientras estén
juntos, han aprendido a ser inseparables, donde no serán la media de algo,
sino, el complemento perfecto. En fin, el clima es despiadado, el papel ya no
alcanza y sigo pensando en formas insensatas. Estas líneas que hoy te escribo,
aparecieron porque tenía la necesidad de contar algo que en mi cabeza ha devenido
por la constante mirada que tengo del mundo desde sus extramuros. No recuerdo
ya porque te escribo, más, siempre me ha quedado la sensación de haberte
prometido escribirte cuatros cuentos y he tenido el ímpetu desesperado de
cumplirlo, justo hoy, no sé porqué, puede ser, que de alguna forma, estas
palabras deben llegar a esta hora, en este contexto, en esta noche.
Solo me queda decir algo, los rostros, cuando llegue el día que hayan
vuelto al mundo poesía, cuando logren estar juntos sin decir una palabra,
cuando hayan aprendido a ser sensuales, cuando hayan matado a los dioses,
destruido el lenguaje, transformado alguna parte del mundo... cuando al fin se
amen. Caminarán juntos en una trocha que se extinguirá a medida que avancen: él; con su terno de harapos, su sombrero, un ovillo con su ropa
(siempre dispuesto para ir hacia cualquier parte) y su bastón, tomará la mano
de ella que lleva un paraguas, es todo lo que tienen, y, juntos...
caminarán hacia el horizonte.